Cajones: los limbos literarios

julio 24, 2008

Encuentro últimamente escaso tiempo para escribir en el blog, así que si Café de las cuatro había encontrado algún lector habitual en su corta existencia, pido disculpas. Tuve tentaciones de abandono, porque la vida se pone frenética a veces, pero siempre hay temas que giran en la cabeza de uno y que quieren ser liberados de algún modo, preferiblemente compartiéndolo con muchos.

Quien atesora en alguna parte de su cerebro o de sus vísceras una pequeña vocación de escribir y le brinda cierta habitualidad o persistencia a esta afición, sabe que los libros se escriben con orden y trabajo, pero que en el transfondo de toda narración o de todo poema subyace un caos, llamémosle inspiración, duende, genialidad, improvisación o impulso. Caos porque es algo que surge de la nada, sin cita previa y sin haber sido llamado, y que además te puede encontrar trabajando, leyendo la composición del gel de ducha, haciendo footing o tomándote un café. Las musas pueden contarte una frase, un estilo, una estructura narrativa o, muy comúnmente, una idea o punto de partida para una trama. Aunque encuentres a muchos escritores negando estos arrebatos de la inspiración, el trabajo del escritor no está sujeto a un molde exacto del tiempo, un escritor no es un oficinista con horario de nueve a tres. A lo sumo, un escritor se crea el escenario de trabajo para que la inspiración le encuentre con las manos en la masa, pero el tiempo real de escritura habiendo borrado o tirado papeles varios con anterioridad, coincide más o menos con el «trance», que es el frenesí literario en forma de impulso irresistible, algo no medible en tiempo y más parecido a la posesión que al oficio.

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Misery, de Stephen King

May 27, 2008

 

Stephen King es un escritor que nadie sabe muy bien dónde ubicar. El tiempo dará y quitará razones a detractores y admiradores; en ambos casos, son legión. A mí en particular me gusta, sin que cuente entre los escritores que me llevaría a una isla desierta, pero le reconozco algo de fascinante. Hay muchas formas de escribir, tantas como escritores que han encontrado su propio estilo, su propio reducto de creación. No es exclusivamente un escritor de terror, algo que parece siempre bajar peldaños en el mundo literario, como los escritores en clave de humor que ya comentábamos. ¿Qué es lo que hace grande a este escritor, cuál es el factor diferencial que lo hace único?

Hay que empezar diciendo lo obvio: es un excelente narrador de historias. Esto es algo que en cierto modo debería ser inherente al novelista, saber contar lo que quiere contar; sin embargo, no es para nada habitual en un tiempo en que la novela parece tan alejada de su idea original: nunca estuvo tan lejos la novela de la narración clásica. Muchos de los libros que aparecen hoy por las estanterías patrias y extranjeras enmascaran auténticos tratados filosóficos; en busca de la profundidad psicológica de los personajes se han ido perdiendo las formulas clásicas de la narrativa. A veces esto deriva en libros de entelequias, artificios de psicología y estilo. Le pasa lo mismo al cine; una pequeña parte de nosotros reivindica la aventura, la magia, lo que hizo al cine grande; mientras otra parte mayor aplaude la huida hacia el interior de lo mejor del nuevo cine. Y no digo que esa huida hacia el interior sea mala, digo que le falta el trabajo invisible para que el espectador realmente quiera saber lo que pasará en la escena siguiente. Stephen King no escribe novelas de aventuras, escribe novelas muy psicológicas, pero las cuenta con el cálculo perfecto de los tiempos y de la intriga. Es el gran maestro de la tensión.

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Unas palabras de Sergio Pitol

May 2, 2008

 

Sobre la personalidad y sobre lo que somos, un párrafo fantástico de Sergio Pitol, de la novela «El arte de la fuga» (Premio Cervantes 2005):

«Uno, me aventuro, es los libros que ha leído, la pintura que ha visto, la música escuchada y olvidada, las calles recorridas. Uno es su niñez, su familia, unos cuantos amigos, algunos amores, bastantes fastidios. Uno es una suma mermada por infinitas restas.»


Poema nº 2: Carrying that weight

abril 19, 2008

 

Cómo pesa el mundo
si tú no anulas la gravedad.

La realidad, con su frío de losa,
que me devuelve a la vida
para recordar que me faltas,
la realidad me aplasta los ojos,
hace que mi mirada combata la tierra,
se derrote sin medida
y solo me quepa entre las manos
el sudor valiente de la esperanza
de un tiempo que nos pasará.

Cómo duelen en los hombros
la luna y las mañanas
si tú no detienes el cielo
para quedarnos en el amanecer.

Me bato a diario contra el tiempo
para que me quepan apenas
los folios en las noches y las horas,
deseando que vuele
para que me arrastre a tus manos.

Qué canciones oigo entonces
si no van a regir tus actos.
Qué ilusiones puedo sostener
si tú estás fuera de ellas.

Cómo te echan de menos, niña,
todos mis actos diarios.


Los miserables, de Victor Hugo

abril 16, 2008

Les Miserables

 

Existe, en general, un problema con los clásicos. Están ahí, es probable que las estanterías de nuestras casas guarden grandes obras bajo una pátina de polvo, pero existe aquella sensación de que nos aburrirán, de que clásico implica pomposidad, barroquismo y largas descripciones donde los ojos se caigan de sueño. En parte la culpa la tienen algunos libros de mal llamada «literatura experimental», aquellos libros donde el estilo destruye al argumento, donde el detalle destroza el ritmo. Hablo, por supuesto, del «Ulises» de James Joyce, de «En busca del tiempo perdido» de Proust o incluso del «Fausto» de Goethe. No es que estos libros no puedan ser leídos y admirados, no es que no sean obras maestras, pero es a la literatura como «Ciudadano Kane» al cine. Sí, puede que la mejor película de la historia y demás, pero preferimos «El padrino», «Casablanca» o, según cada cual, «Matrix», «Trainspotting», «Cadena perpetua», etc. También hay quien prefiere «Ciudadano Kane», con gran probabilidad de tener el «Ulises» en su mesilla de noche.

Hay clásicos sobrevalorados. Hay clásicos buenos. Los hay muy buenos. Luego están los excelentes. De entre ellos, algunos son los imprescindibles. Finalmente, están «Los miserables». Se dice que el problema o la virtud de la literatura Francesa es que no hay un nombre que se imponga sobre los demás, como Cervantes en la literatura española o Shakespeare en la literatura británica. Eso es falso, tienen a Victor Hugo. Esta impresión personal igual viene en parte de haber leído el libro en el tiempo preciso, o de no haber tenido una concepción clara de lo que me esperaba. Existe una aceptable versión cinematográfica de Los miserables de gran éxito en su día. ¿Por qué entonces este libro?

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Poema nº 1: Café de las cuatro

abril 14, 2008

 

Se vacían las calles con los astros.

 Todo queda apretado y cercano

como una fricción de dedos.

Se solapa la luna como cada mes,

La soledad en su crisálida

a punto de romper en cualquier cosa

parecida a un comienzo.

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Reír leyendo

abril 7, 2008

Una de las ventajas de la literatura respecto al cine es que la literatura no está acotada a unas reglas estrictas de juego (por ejemplo, duración, limitaciones de ángulos de cámara, forma). En el cine la innovación se permite hasta cierto punto, se puede desestructurar una cinta, cambiar el orden temporal, rodar desde una determinada perspectiva, usar un tono u otro; pero sucede que al final lo que el espectador contempla es una sucesión de escenas y, si la película es buena, la sugerencia de lo que no está rodado. Se puede desconectar de una película y verla a medio gas. En un libro no, un libro requiere de la imaginación del lector, puede guiarla infinitamente hacia donde quiera; y el lector puede releer una parte, reinterpretarla, asumirla, saborearla. El cine es emoción directa, cuando se hace bien; la literatura es emoción interiorizada.

Sorprende, dado el formato de un arte y del otro, que las películas de humor sean mucho más populares y prolijas que los libros de esta índole. Lo digo porque es muchísimo más difícil hacer reír inteligentemente con una escena que con una conversación o con una frase. De hecho, el cine de humor de los grandes, léase los hermanos Marx, los Monthy Python, Billy Wilder, Woody Allen, tiene en los diálogos el argumento fundamental para hacer reír al espectador. Dentro de esta categoría también hay joyas españolas, como algunas películas de Berlanga y, en especial, la película «Amanece que no es poco», de Jose Luis Cuerda.

¿Qué hay en literatura? ¿Es que en literatura uno tiene que ser necesariamente grandilocuente, o realista? ¿No hay nada más allá de la tragedia, del amor, de la aventura o del costumbrismo? ¿Por qué el humor tendría que empequeñecer una novela? Afortunadamente, también el humor en papel tiene sus maestros. Los libros y autores que menciono a continuación no tienen nada que ver con que, dentro de un libro formalmente de otro género, haya pasajes de humor brillante. Voy a hablar de algunos autores que he leído para no parar de reírse:

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Funeral Blues, de W.H. Auden

marzo 30, 2008
W.H. Auden

 A la muerte de W.H. Auden en 1973, el periódico The Times le dedicó un obituario en que lo llamaba el enfant terrible de la poesía británica. Se metía con Tennessee Williams en las fiestas sociales, se marchó a Berlín por la represión británica a la homosexualidad, fue conductor de ambulancias y locutor de radio republicano en la Guerra Civil Española. Sin embargo, según describía Thruman Capote, Auden siempre estaba sentado en una esquina, callado y sombrío. Era la imagen del poeta taciturno, melancólico y silencioso.

Es sorprendente lo poco conocido que es Auden en España. Jamás he encontrado un libro suyo en una librería, en una Casa del Libro, en un Corte Inglés o en una feria del libro; y lo he buscado a conciencia. Para los que no tengan ni idea de quien era este poeta, quizás le suene por una película: Cuatro bodas y un funeral. Uno de sus poemas más famosos es el que es leído en el funeral de la misma, realmente escalofriante. Todo un ejemplo de cómo crear una atmósfera de cuchillos con pocos versos, la elegía de las elegías, con permiso de Miguel Hernández:

FUNERAL BLUES

Detengan los relojes
desconecten el teléfono
denle un hueso al perro
para que no ladre
Callen los pianos y con ese
tamborileo sordo
saquen el féretro…
Acérquense los dolientes
que los aviones
sobrevuelen quejumbrosos
y escriban en el cielo
el mensaje…
él ha muerto.

Pongan moños negros
en los níveos cuellos de las palomas
que los policías usen guantes
de algodón negro

Él era mi norte mi sur
mi este y oeste
mi semana de trabajo y mi
domingo de descanso
mi mediodía, mi medianoche
mi conversación, mi canción

Creí que el amor perduraría
por siempre.
Estaba equivocado.

No precisamos estrellas ahora…
Apáguenlas todas
Envuelvan la luna
desarmen el sol
Desagüen el océano y
talen el bosque
porque de ahora en adelante
nada servirá.


Mejores comienzos de novelas de la Historia

marzo 29, 2008

  

El título viene a raíz de una publicación de 2006 del American Book Review, titulada 100 best first lines from novels. Es éste un tema que siempre ha producido una especial fascinación en el mundo literario y, como todo top ten, top cien o top quinientos que se precie, la polémica es inevitable. Más que una lista dogmática sobre qué comienzos son mejores, cuáles quedan fueran y cuáles no deberían estar, esta publicación recoge muchos excelentes principios de novelas. Este es el verdadero valor intrínseco del top cien. Sorprende un poco el considerado mejor comienzo de la historia, por lo simple: «Llamadme Ismael», de la novela Moby Dick, de Herman Neville. Aunque no es mi favorito, tiene la cualidad de tutear a los lectores, ignorar las presentaciones extensas y elaboradas e ir directamente al grano. Quiero contar una historia, ahorrémonos los prolegómenos.

El comienzo de un libro tiene especial trascendencia porque es el primer arma del escritor para atraer la atención de su lector. Hay ingentes cantidades de libros que no llegan a nacer por no haber sabido encontrar un principio. ¿Cómo empezar un libro? Aquí hay teorías para todos. En mi opinión, se ha otorgado en este aspecto una excesiva importancia a la originalidad, entendida como una originalidad disruptiva, casi pretenciosa. Lo verdaderamente importante al comenzar un libro es la fuerza narrativa de ese comienzo. Como decía Hitchcock de las películas, también una novela debe «empezar por un terremoto y luego ir hacia arriba». Si observamos la lista anterior, gran parte de los comienzos reflejan más intensidad que lirismo y artificiosidad. Desconfía de los libros que empiecen con una larga descripción.

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Two english poems, de Jorge Luis Borges

marzo 23, 2008

Jorge Luis Borges 

Borges fue, para todo lo que hizo, una extraordinaria rareza. En literatura, Borges fue las matemáticas. Su forma de escribir está medida siempre por la precisión, por la palabra que cuadra la frase; además, como él mismo defendía, siempre hizo uso del lenguaje coloquial, de lo sencillo, de lo inteligible. Y ello teniendo en cuenta que puede ser uno de los autores que más ha abusado de los simbolismos para reflejar sus ideas. Para Borges, lo barroco del lenguaje no era más que vanidad de autor.

Sería complicadísimo intentar adentrarse en Borges en unas breves líneas. Como retazos, se puede decir que nunca fue novelista, toda su obra literaria podría circunscribirse a relatos cortos y a poemas. Él, más bien, contaba historias como pequeños propósitos de novelas, no tenía vida bastante para hacer un libro de cada relato, ni tampoco era necesario. Los más conocidos de estos relatos se encuentran en dos recopilaciones: El Aleph y Ficciones; en ellos se pueden encontrar historias archiconocidas como Funes, el memorioso, La biblioteca de Babel, El Aleph o La lotería de Babilonia. El propio éxito de su rol de contador de relatos quizá haya eclipsado, de cara a la galería, su labor como poeta. Y ello, a pesar de haber dejado algunos de los poemas más bonitos del siglo XX. Este poema al que nos vamos a referir fue escrito en aglosajón, y es en dicho idioma donde roza la perfección, especialmente por la sonoridad del lenguaje. Casi todas las traducciones dejan mucho que desear, se dice que es imposible traducir al «Borges universal» (de hecho, Borges aprendió durante su vida bastantes idiomas y culturas: inglés, francés, alemán – incluso flirteó con la cultura escandinava-). No obstante, esta traducción argentina, del blog de Zaidenwerg, me gusta en particular:

Óleo de Borges Lee el resto de esta entrada »